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Por qué surgen los peores

Hay tres razones principales para explicar por qué un grupo numeroso de esa especie, con ideas bastante afines, generalmente no llega a ser formada por los mejores, sino másbien por los peores elementos de la comunidad.


Primera: mientras más alto sea el nivel cultural e intelectual de los individuos, más se diferenciarán sus preferencias e ideas. Si queremos hallar una mayor uniformidad de puntos de vista, tendremos quedescender a las zonas de más bajasnormas morales e intelectuales, donde prevalecerán aún muchos instintos primitivos.Y esto no significa que en la mayoría del pueblo prevalezca unbajo nivel moral, sino simplemente que el mayor grupo de gente cuyo sentido de los valores es homogéneo, se encuentra entre el pueblo de más bajo nivel.

Segunda: como este grupo no es todo lo numeroso que se necesita para darle suficiente peso a los ideales del caudillo (aunque el término caudillo sea asociado por excelencia a gobiernos o mandatarios, tanto en la administración pública como privada encontramos a ejemplares de este tipo) éste tiene que reclutar adeptos tratando de convertir más gente al mismo credo.Debe obtener el apoyo de los dóciles (genuflexos) y loscrédulos (ilusos) que no poseen firmes convicciones propias sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores preparado de antemano, siempre, eso sí, que se leshaga entrar por los oídos con el estrépito y la frecuencia necesarios.Los prosélitos que en esta forma acudan a engrosar las filas delpartido totalitario, serán individuos cuyas ideas vagas e imperfectamente formadas pueden desviarse a voluntad, y cuyas pasiones y emociones son fáciles de enardecer.

Tercera: para poder amalgamar en un organismo coherente a sus secuaces, el caudillo tiene que apelar a alguna debilidad humana que todos tengan en común. Es más sencillo poner a la gente de acuerdo en un programa negativo, como el odio a un enemigo o la envidia a los que están en mejor situación, que en un plan de acción positivo.Por consiguiente, los que buscan la adhesión de grandes masas,siempre emplearán el contraste entre el “nosotros” y el “ellos.” El enemigo puede ser interno, como el “judío” en Alemania o el “kulak” en Rusia, o puede ser externo, pero en ambos casos esta técnica tiene la ventaja enorme de permitirle al caudillo mayor libertad de acción de la que lograría con casi cualquierprograma positivo.

La Necesidad e Inevitabilidad del Cambio

En el campo de la gerencia, el cambio es la palabra más usada. Es lógico que
la gerencia empresarial sea muy dinámica, ya que la tecnología juega un rol muy
importante al hacer oscilar el péndulo de las ventajas competitivas con cada
avance tecnológico.


Por lo tanto, la gente que usa y aplica tecnología está constantemente adaptándose a nuevas formas de hacer las cosas. El hecho que la naturaleza humana sea proclive al cambio se hace evidente cuando miramos a nuestro alrededor y tomamos conciencia de ser autores de dichos cambios. No obstante, los seres humanos comparten otro paradigma; el de descansar después de trabajar. Y es por eso que muchas veces, una vez que un sistema se pone en marcha y prueba que es efectivo, depositamos gran confianza en él, y creamos una “zona de confort” a su alrededor que nos permita operar en forma fácil y segura.No así la gerencia de la administración pública envejece indeteniblemente aún y gozando de las ventajas competitiva de disponer del recurso humano más numeroso del país. ¿En que radica la ineficacia general del estado venezolano para gerenciar los intereses?¿Es un pecado considerar que la republica necesite de más gerencia y menos politica o es una frivola percepción?Sea lo que resulte, "El Rol del Líder en el Proceso de Cambio Cultural" de Edwar Quiñones es la base de esta nota y prafraseando sus lineas... "Una Visión efectiva es 1% Visión y 99% alineación" Tal vez sea la visión de los hombres lo que haga la diferencia entre progreso y deterioro.

Un país hecho para pensar

por Luis Borges
Zaraza.- 1º ene 2009

Pensar es una actividad naturalmente ejecutada con bárbara frecuencia por cada individuo con mayor o menor capacidad de raciocinio, una característica única de la especie dominante en cadena alimenticia que ha ideado complejas formas de convivencias y regímenes para su coexistencia. Entre sus muchas formaciones reales e imaginarias, encontramos conflictos comunes en todos los individuos, y es que pensar a favor del colectivo o a favor de sí mismo, ha creado n exasperante debate en los anales de la historia.

Desde las incidencias de la Troya de Homero con su cólera de Aquiles hasta Fuenteovejuna, obra teatral escrita por Lope de Vega y su rebelión social, desde la satírica serie animada Los Simpson y su Alcalde Diamante hasta La Fiesta del Chivo de Álvaro Vargas Llosa, distintas civilizaciones han representado en historias reales y ficticias, los vaivenes de la difícil tarea de convivir en una sociedad plural, tolerante, discursiva, congruente y cualquier otro adjetivo que denote el don del entendimiento. Nuestra República, la única república que conocemos, la de Venezuela, ha registrado en su corta vida todas las formas de gobierno que existen, hemos sido colonia de una corona real, ha sido llevada de la mano de civiles y militares, hemos sobrevivido de cruentas dictaduras y hemos supervivido en nefastas democracias, unas mejores que otras pero todas las formas de gobierno han sido cobijadas en el seno de nuestra patria. La historia nos recuerda que tenemos un largo capitulo de una democracia representativa y que vivimos en una forma de democracia participativa, ensayamos en nuestra conejilla de indias, lo que se ha convertido el país, una ingeniosa forma de democracia participativa y todas ellas, en la colonia y las dictaduras con caudillos y estadistas, se ha desenvainado la espada más veces de lo que la han enfundado. Todos los sistemas de gobierno han sufrido la travesía de veintisiete constituciones, una de ellas con siete enmiendas.

Todavía así, recordando ligeramente los vaivenes de la sociedad venezolana, nos preguntamos ¿Por qué somos lo que somos, para bien o para mal? Y erramos al plantearnos esta interrogante de adentro hacia fuera como si pretendiéramos encontrar una respuesta afuera, que no fuese proveniente de nosotros mismos, como si el bálsamo de la inocencia nos aliviara la pena de saber que aquello que somos para bien o para mal, es lo que nosotros mismos hemos querido ser y es lo que hemos conseguido. Tanto ha errado el país como un todo, que ya ni recordamos cuando dejamos de pensar como ciudadanos con proyectos y empezamos a reaccionar como hordas con ambiciones, toda una vida republicana, casi doscientos años hacen ya de la declaración de independencia y muchos más de la creación de la Capitanía de Puerto, cuando en verdad nacimos como una nación dependiente antes de ganar la independencia, casi doscientos de revoluciones y pacificaciones, de cólicos sociales que han convertido excretado las virtudes y han digerido ciegamente los entuertos.

Y todavía así, recordando ligeramente los vaivenes de la sociedad venezolana, nos preguntamos ¿Qué hay que hacer para poder consolidar una sólida formación social? Concibiendo como sólida formación social a una trabajadora y fortalecida clase media que se convierta en el motor de la economía gracias a una estratégica planificación sobre la industria y el comercio que permita la incorporación de la fuerza laboral activa y asegure la estabilidad de la clase trabajadora jubilada de sus puestos, una sólida formación social junto a un estado magnánimo, representado por las instituciones más ilustres desde tiempos del Augusto Congreso de 1.819, una sólida formación social en que el acceso a los servicios públicos sea el ejercicio más satisfactorio de cada ciudadano, creando una cultura de Estado por encima del hombre teniendo así por regla que la presidencia del país es una institución y no un mortal ciudadano, considerando que la democracia no es el ortodoxo concepto de gobierno de las mayorías si no en sentido amplio, el gobierno de entendimiento entre mayorías y minorías, una sólida formación social donde la justicia sea un asunto de derechos y deberes y no el instrumento de intereses y placeres.

Sólida es una formación social que reconozca que cada individuo es libre, autónomo e independiente, ligado a una gregaria forma de vida que lo conmina a ser responsable del bienestar propio y del bienestar general, donde cada hombre, mujer y niños, valga más por sus aptitudes y sus méritos y deje de considerarse como un sujeto arrastrado en contra de su voluntad sólo porque las masas o el pueblo, con o sin razón, aseguren tener la razón y disponer del futuro y la esperanza de cómo se debe vivir. Sólida es la nación que ante verdes y colorados, como llamara Cantinflas a las derechas e izquierdas, esa nación se sepa destinada a un mismo fin, sin distingo del color de sus regentes, sin miramientos ideológicos y romanticistas de los sentimentales, a un mismo fin sin sectarismos y reaccionarios, a un mismo proyecto país sin mayorías ni minorías y que de una buena vez se deje de dividir al país en cuartas o en quintas.

Y es que la entelequia y la utopía de creer en un estado de igualdades sociales es tan irritante como creer que Nuestro Señor ha prodigado a sus hijos el don del libre albedrío sin saber que bien podrían convertirse en contrarios a él porque que este hombre que resucito entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios padre, desde donde habrá de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, bien ha dicho que los hombres ni siquiera saben qué es amor o qué es odio, aunque todo está delante de ellos, entonces mal puede considerarse sólida la nación que albergue a sus ciudadanos creyéndose sabedora de que es todo lo que más le conviene a cada individuo corriendo el riesgo de manejar irresponsablemente la vida de cada cual, impidiendo la autodeterminación de las prioridades y talentos, limitando el crecimiento personal y obligando a sacrificar en nombre de la no comprobada igualdad, lo que es la esencia misma del espíritu de un país, el sueño de ser grande y ser útil. Cuando todos los medios de producción se concentren en una mano, sea nominalmente de la “sociedad” o la de un dictador, quienquiera que ejerza ese control tendrá un poder absoluto sobre nosotros.

En las manos de entidades particulares, lo que se denomina poderío económico, político y social, puede muy bien ser un instrumento de coerción, pero jamás implicará un dominio total sobre la vida de una persona. En cambio, cuando ese poderío se centraliza como instrumento del poder político, crea un grado de dependencia que casi no puede distinguirse de la esclavitud.

La ciencia solo empezó a dar los grandes pasos que han cambiado la faz el mundo, cuando la libertad industrial dio vía libre utilización de los nuevos conocimientos, y fue posible ensayarlo todo siempre que alguien lo hiciera por su propia cuenta y riesgo.

Nos ha precedido la pluma y la espada de hidalgos caballeros de temple heroico y aires míticos que mal pueden calificarse hoy día como hombres de derechas o izquierda por tanto respeto merecen sus almas. Una historia plagada de militarismo y promesas a favor del pueblo se ha desperdigado a lo largo de 199 años desde la independencia en una constante de ensayo y error siendo más los errores que la cantidad de ensayos prometedores. La vieja usanza de que cada hombre fuerte debe imprimir su sello a la historia del país ha acabado con la genealogía estadista y democrática de civiles y castrenses. Como quiera que sea la historia todos sus ángulos enfocan una misma realidad, la identidad de país que visualizamos en el tiempo hacia delante dista mucho de la zigzagueante ruta que nos depara el paternalismo de estado donde cada vez somos más dependientes de buro político y burocrático y cada vez son más independientes nuestros actos de nuestras ideas.

En el momento en que un venezolano haga morfa de sus ambiciones y expectativas de vida habremos perdido años de progreso por cuanto es el espíritu entusiasta de cada niño y de cada adulto y anciano lo que sólo asegura que dejemos de vivir en un país para reaccionar, atacar y combatir y empecemos a allanar el camino para consolidar una madurez republicana sobre la base de un país hecho para pensar.

"Camino a la servidumbre" Una lectura obligada para quienes creen en la libertad

Cuando el partido Conservador inglés realizó sus jornadas de
reflexión, Margaret Tatcher no había llegado todavía a ser su líder principal. Inglaterra, que se debatía entre las tendencias hacia el Socialismo y las fuerzas del Capitalismo, pasaba por uno de los peores momentos de su economía y era evidente la necesidad de un cambio de rumbo, pero ¿Hacia dónde? ¿Cuáles iban a ser los fundamentos básicos de ese cambio? ¿Cómo tomar un camino hacia la prosperidad donde se definieran lineamientos de cambio que pudieran ser aceptados por los ciudadanos dentro de una Europa cada vez más inclinada a aceptar el papel protagónico del Estado en la sociedad?.

En esas Jornadas, la Tatcher se presentó con una copia de “The Road to Serfdom,” lo dejó caer estruendosamente sobre la mesa de conferencias, y declaró: “¡Esto es lo
que debemos hacer!” El libro de Hayek abrió su mente
no solo hacia el camino que el partido conservador debía tomar, sino que selló la ruta a la prosperidad económica que hoy se existe en Inglaterra, hoy por hoy una de las economías más sólidas de viejo continente.
Camino a la Servidumbre” es producto de la desilusión de
Friedrich Hayek quien en su juventud abrazó el socialismo con la pasión y el entusiasmo propios de una juventud rebelde, deseosa de abrirnuevos horizontes.

Después de haber abrazado conentusiasmo las ideas socialistas, y tomado conciencia de las perversiones de ese sistema: como el colectivismo, la pérdida de la libertad individual, y sus consecuencias para el hombre, Hayek decidió ir más allá de lo que muchos acostumbran hacer, tomar
otro camino. Decidió estudiar a fondo porqué el elevado deseo de lograr una sociedad mejor a través del socialismo, llevaba justamente a obtener resultados totalmente opuestos. Una vez terminada su obra, la dedicó “A los Socialistas de Todos los Partidos.”

En Venezuela, desde Rómulo Betancourt hasta Hugo Chávez,
TODOS los gobiernos han seguido la misma errada concepción del Estado. Nuestros políticos han sido incapaces de aprender de enseñanzas como las que Friedrich August von Hayek reflejó en este trabajo en 1944, hace hoy 58 años; y continúan, aún hoy, con la pretensión de revivir un cadáver insepulto, y hundir al País en el pasado. En cierta forma, los de entonces y los de ahora; con algunas diferencias de estilo, hablan el mismo idioma y perpetúan las mismas prácticas.

Camino a la Servidumbre” fue escrito entre 1943 y 1944, en medio de la II Guerra Mundial. Invito a los lectores a tratar de ubicarse en las circunstancias que imperaban en ese momento sin pasar por alto la evolución política y social que ha
experimentado el mundo: la desaparición de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, la prosperidad de los países capitalistas, el surgimiento de Japón, China y Singapur, y el crónico atraso del tercer mundo, entre otros.

Lectura de excepción

El último afrancesado
por Mario Vargas Llosa
cortesía de Luis Borges
Zaraza, 26 de Febrero de 2009


“Con suma dicha y satisfacción comparto con ustedes la emotiva narración de
Mario Vargas Llosa, donde hace impecable exposición de la triste figura del
saber envuelto en el anonimato al que conlleva un mundo consumista que devora
como cáncer las glorias vivas de la intelectualidad, en una de las escrituras
más leídas por este servidor, como buscando entre sus frases ese perfil del
hombre de hoy día que huye a la vaga vida sedentaria y la intelectualidad
sediciosa de
nuestra ciudad de Zaraza donde pensar en profundidad cada vez
cuenta con menos espacios y donde se muestran peligrosamente tambaleantes las
bases de nuestra Atenas”
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El último afrancesado

Apenas entré a La Hune, la librería del Boulevard St. Germain escurrida a medio camino de Le Flore y Les Deux Magots, lo vi. Estaba estratégicamente colocado entre los estantes del fondo, donde era menos visible a los empleados del local, simulando echar un vistazo a la mesa de las novedades, pero, en verdad, leyendo un libro. Aunque hacía por lo menos veinte años que no lo veía, lo reconocí al instante. Ya en la época en que nos encontramos la última vez, por los años ochenta, había perfeccionado su técnica para vivir sin un centavo ni sablear a nadie, y, además de otras originalidades, pasarse varias horas leyendo el mismo libro, saltando de una a otra librería de París.

Debe de tener unos 87 u 88 años, según mis cálculos, aunque en su pasaporte, que por coqueto hizo amañar para vivir en eterna juventud, figura como si tuviera veinte menos. Discretamente lo observo y me maravilla lo bien que se conserva. Esbelto, muy bien rasurado, lleva short y sandalias y una camisita deportiva que deja parte de su pecho y sus brazos desnudos. Si esos cabellos tan bien asentados son un bisoñé o no, no hay manera de saberlo. Una de las muchas leyendas que circulaban sobre él era que, una vez, en la playa de La Herradura, en Lima, un olón que lo revolcó lo dejó calvo y que así el mundo supo que llevaba peluca. Si es cierto, nadie lo diría: ese bisoñé que diviso ya se ha hecho carne de su carne y pertenece a su cuerpo tanto como sus huesos y su nariz aquilina.

Su técnica para leer de gorra es impecable. Está profundamente concentrado en el libro que lee -más tarde descubriré que es un ensayo sobre Wittgenstein-, pero, al mismo tiempo, cada cierto rato se mueve un poco para disimular y su mano libre finge interesarse por uno de los títulos expuestos sobre el tablero, y lo mueve y cambia de lugar, con mucha parsimonia.

Digamos que se llama Alejandro. Cuando lo conocí, en los años sesenta, aquí mismo, en París, era ya una leyenda viviente. Acababa, creo, de ser víctima del famoso atraco de los fondos mutuos, en Lima, una estafa descomunal en que muchos ahorristas peruanos perdieron hasta la camisa. Alejandro fue un de ellos.

Era un ingeniero calculista, muy competente al parecer, que trabajaba como una hormiga para poder pasar todas sus vacaciones en París, yendo al teatro, a la ópera, a las exposiciones, a los conciertos y comprándose libros. Porque fue siempre un apasionado de Francia, en todas sus manifestaciones culturales. No un creador, sino un consumidor incansable y ávido de cultura francesa.

Cuando perdió hasta el último centavo en el timo de los fondos mutuos, tomó una decisión audaz: quedarse para siempre en París, estimando, sin duda, que si no tenía más remedio que morirse de hambre, era preferible dejar el pellejo en su amada París antes que en Lima. Alquiló entonces una chambre de bonne minúscula en el octavo piso de un edificio sin ascensor, donde, según mis informes, vive todavía. Tal vez esos ocho pisos que sube y baja por lo menos dos veces al día son el secreto de su esbeltez y su excelente salud. Nadie lo oyó quejarse nunca del quebranto económico que hizo de él un pobre de solemnidad.

Nadie ha oído jamás a Alejandro quejarse de lo duro que debió de ser sobrevivir medio siglo en París sin un centavo en el bolsillo. Alejandro jamás le pidió prestado un cobre a ningún mortal. No creo que alguien haya oído a Alejandro quejarse nunca de nada; por el contrario, todos quienes han conversado con él se han sentido siempre contagiados de su alegría de vivir, de su entusiasmo ante las cosas hermosas que ofrece a los espíritus sensibles su entrañable París. Y no hay revista o agencia de turismo o maître de hotel que pueda, como Alejandro, recomendar mejor el espectáculo, la película, el recital, el restaurante, la boîte, la pasarela o el concierto que es indispensable ver, oír o paladear si uno pasa por París, so pena de lesa cultura.

¿Cómo se las arregla para ver todas esas cosas que ve y hacer todo que hace?
Gracias a una credencial de periodista cultural que le extendió un diario de Lima y que debe de ser ya casi ilegible después de tantas décadas de manoseo. Pero, gracias a ella, Alejandro recibe invitaciones a todos los estrenos, a todas las inauguraciones y asiste a los ensayos generales de las óperas y los conciertos, en los que, además, como crítico, le regalan siempre los programas y lo sientan en asientos privilegiados.

¿Y cómo hace Alejandro, además de alimentar a su espíritu de esa ingeniosa manera, para aplacar también, siquiera mínimamente, los aullidos de hambre de su estómago? A juzgar por su envidiable delgadez -desde que entré a La Hune lo he visto desplazarse ya, pasito a paso, por media librería, sin quitar los ojos del libro en el que está zambullido-, debe de ser un hombre frugal, un asceta. Antes, lo invitaban mucho los peruanos acomodados que pasaban por París y a quienes él piloteaba por los museos y teatros, y les sacaba entradas y les hacía reservas y ayudaba a comprar buenos libros y valiosos cuadros. Nunca nadie se hubiera atrevido a ofrecerle dinero a ese gentilhombre incorrompible que es Alejandro, pero, en cambio, todos sabían que aceptaba de buena gana ser invitado a un restaurante de lujo, en el que él, además, escogería el vino y discriminaría, con el gusto de un exquisito gourmet, entre los manjares del menú. Tal vez, como los camellos, Alejandro ha perfeccionado el arte de conservar en el estómago parte de aquellos banquetes, para rumiar esas reservas en tiempos de vacas flacas.

Pero la mayor parte de esos amigos tagarotes que lo invitaban ya se han muerto, o son unas ruinas humanas incapaces de viajar, de modo que, me imagino, Alejandro depende ahora, sobre todo, para procurarse las calorías indispensables, de las invitaciones de las amistades que ha ido enhebrando en este medio siglo de vida picaresca parisina que tiene a las espaldas. Lo adivino muy bien recorriendo regularmente una serie de casas de reliquias vivientes, en Passy o Neuilly, donde es recibido con entusiasmo a la hora del té por lo ameno y elevado de su conversación.

Nunca conocí su chambre de bonne, pero me imagino esa diminuta y elevada buhardilla tan inmaculadamente aseada y ordenada como su persona. No hay duda de que plancha él mismo su ropa ¿Quién lo haría, si no? Ese short y esa camisita que lleva ahora no tienen una mancha ni una arruga, parecen recién sacados de esas lavanderías para millonarios que además de lavar, planchar y almidonar la ropa, la perfuman y la embalsaman.
¿Habrá tenido miedo alguna vez a la muerte una persona tan solitaria como
Alejandro? Meto mis manos al fuego que jamás de los jamases. Apuesto que la espera con la tranquila indiferencia de quien sabe que es una estupidez rebelarse contra lo irremediable. Por lo demás, sé también que desde hace cuatro décadas tiene consigo unas pastillas que le evitarán lo que a él, que es un caballero y un esteta, de verás lo horroriza: no la muerte, sino una agonía indigna, babosa y gagá. Para eso lleva esas pastillas que, apenas advierta la cercanía de la decadencia, se tragará con un vaso de agua sin el más mínimo temblor del pulso,
lo que le asegurará un tránsito rápido, tranquilo y elegante. Su problema, si mal no recuerdo, era que esas pastillas tenían fecha de caducidad, y que cada vez que caducaban, le costaba más trabajo obtener la receta médica necesaria para actualizarlas. Pero estoy seguro que su ilimitado ingenio ha resuelto también ese problema.

¿Por qué Alejandro prefiere leer en librerías, arriesgándose a que le llamen la
atención o lo echen, en vez de hacerlo en las bibliotecas públicas, que suelen ser gratuitas? Tal vez porque ese riesgo le gusta tanto como los libros, tal vez porque ese peligro añade un poco de condimento a sus lecturas, o tal vez, más pedestremente, porque a Alejandro le gusta leer los libros de actualidad, recién salidos de la imprenta, sin esperar que pasen los meses o años que tardan las novedades en alcanzar los anaqueles de las bibliotecas públicas.
Cuando, por fin, me decido a interrumpir su lectura para saludarlo, me reconoce de inmediato. Me estrecha la mano caluroso, me pregunta por mi familia y mi trabajo y alude al lejanísimo país del que venimos. Sonríe, con la amabilidad de siempre, y me recomienda el ensayo sobre Wittgenstein que está leyendo.

"Aunque por el tema no lo parezca, también está lleno de humor", me precisa. Y, es verdad, mientras lo espiaba varias veces lo he visto sonreír, divertido. Ya ha dado casi la vuelta completa a La Hune, de manera que probablemente no terminará de leer este libro hoy día. Tal vez vaya a terminarlo en la librería del FNAC, que está cerca, en la Rue de Rennes, o se guarde la curiosidad hasta mañana. Porque Alejandro lee los libros por capítulos, como otros ven telenovelas.

Si hubiera justicia en este mundo, el Estado francés debería condecorar a Alejandro y concederle una pensión vitalicia en agradecimiento por los servicios que ha prestado a la cultura francesa. Nadie ha mantenido tanto como él, a costa de tantos ímprobos esfuerzos, el mito de que París es la capital de la cultura universal, el faro del espíritu, el Partenón moderno de las ideas y las artes. Lo ha hecho a lo largo de toda su vida, con total desinterés y sin costarles una perra gorda a los contribuyentes franceses, por puro amor a la France éternelle, la de sus pensadores, poetas, prosistas y artistas. Y debía de hacerlo, además, porque, tal como van las cosas, me temo que ya no queden muchos de su estirpe, que acaso Alejandro sea el último afrancesado.